Paseando por una conocida tienda de videojuegos de hoy y de ayer, me di cuenta en que en, en realidad, en menos de la mitad de los escaparates había juegos. Camisetas, OSTs (bandas sonoras, en cristiano), llaveros, figuritas, pins, chapas… ocupaban gran parte del establecimiento.
Dicen las malas lenguas que George Lucas se ha hecho más rico con el merchandising de Star Wars que con las propias películas. No es una tontería. Desde Govoid, vamos a intentar analizar este negocio paralelo. O porqué hay tantas camisetas de pelis, discos, juegos e incluso de Naranjito.
Una cosa se convierte popular cuando somos capaces de trasladarla a otros ambientes. Es decir, una película se convierte en un cult classic cuando en mitad de una conversación podemos hacerla mención: “Usa la Fuerza, joven padawan”, “ Siempre nos quedará París”, “Martini agitado, no revuelto” …
Cuando una expresión artística (cine, música, juegos) e incluso un producto tecnológico (el marketing de Apple o Google es inconmensurable) llega a estos niveles, nuestra sociedad siempre reclama más. No nos basta con tener toda la discografía de Los Beatles, la edición Blue-Ray de Blade Runner con sus 5 finales o el Final Fantasy VII japonés original de PSOne.
La reacción más humana cuando algo nos llena es transmitirla a los demás. En cuanto podemos contamos una buena noticia a nuestros amigos o familia; si algo nos gusta, queredemos decírselo a todo el mundo. Esto se aplica, por supuesto, a nuestros hobbies y afiliaciones.
Cuando una afición nos apasiona, queremos comunicárselo a todo el que podamos. Para que sean tan felices como tú, o en su defecto, encontrar alguien que sienta lo mismo que nosotros. Para un devoto de Tarantino, ver a alguien con una camiseta de Reservoir Dogs es algo que no tiene precio.
No se puede negar esto. Por algo los niños llevan mochilas de Dora la Exploradora, Bob Esponja, Hannah Montana o Justin Bieber en función de la edad. Por eso jóvenes universitarios llevan camisetas con “Be water my friend”, Tux (la mascota de Linux) o el 24 amarillo de Kobe Bryant.
Explicada esta fiebre que nos induce a consumir todo lo relacionado con lo que nos gusta, llega la segunda parte. ¿Realmente se consigue dinero importante? ¿Gana tanto Matt Gronening (y la Fox, que está detrás) cuando te compras una chapa de Los Simpsons o Futurama?
Pues sí. Y un pastón. La clave de estos artículos está en su propio nombre: productos licenciados. La empresa poseedera de los derechos los cede a unos costes altísimos. Y encima, sale ganando: cuando más presente esté y más tráfico de información genere, más popular se hace. El negocio sigue aumentando.
Y es entonces cuando llega el fenómeno fan. Con los llamados Universos Expandidos, se lleva ese artículo mucho más lejos de lo que hacía el propio original. Los santo y seña de esto son Star Trek y Star Wars: sus millones de seguidores se reunen cada año para discutir teorías, comprar ediciones coleccionistas, disfrazarse de sus personajes favoritos… Es imposible comprenderlos si no eres uno de ellos.
Cada camiseta, llavero, pin, videojuego, spin-off, remake que lleve el logotipo de marca registrada supone pingües beneficios para la empresa. Y encima, al seguidor no le importa: ¿porqué no dar dinero a aquel que crea la afición que le hace feliz? No minusvaloremos esos detalles: con la espada laser de Star Wars que has comprado, Lucas prepara la proxima entrega de Indiana Jones.
Muy buena la nota, personalmente pienso que nunca la pasion podria convertirse en un negocio, cuando el dinero se mete de por medio mancha todo el fanatismo.