No son frecuentes a día de hoy los juegos de aventuras clásicas. Normalmente, se alaban mucho más unos buenos gráficos o jugabilidad que la historia del propio juego, y en numerosas ocasiones el «Game of the Year» la reduce a la mínima expresión, desde Super Mario hasta el Call of Duty. Fragile Dreams es un juego que va radicalmente a contracorriente.
Namco Bandai no pretende pasar a la posteridad con este juego, sino sencillamente mostrarnos una preciosa historia aprovechando lo que ofrece la Wii, pobre nivel gráfico pero una mayor inmersión gracias al Wiimote.
Que el juego es de estilo japonés se nota desde el primer momento. Típico protagonista joven, sólo tras la muerte del maestro, estética anime…y que parece obtener un poder fuera de lo normal, la capacidad de ver espíritus.
Tras la críptica nota que nos empuja a visitar la torre roja al este de nuestra residencia, descubrimos que lo que parece haber sido un terremoto ha dejado el mundo deshabitado. Tras vagabundear, descubrimos una misteriosa chica que canta a la luz de la luna, y que tras tocarla la mejilla, huye de nosotros. Es la primera persona que encontramos, y su búsqueda será el principio de nuestra aventura.
Mientras recorremos el desolado mundo, bajo la mirada de la luna, no nos faltarán misiones que realizar. Deberemos explorar en busca de llaves u otros objetos misteriosos o luchar de cuando en cuando con algún ente maligno con palos, bambús o algún arco. Incluso algo más curioso: encontrar pajaritas de papel que contienen la memoria de algún buen fantasma y que le permitirán dejar este mundo en paz
Aparte de nuestras rudimentarias armas, hay dos objetos claves en nuestra aventura. El primero es la linterna, que manejaremos apuntando con el Wiimote, haciendo zoom con el botón B. Nos permitirá explorar en la dominante oscuridad y alumbrar a los espíritus para poder descubrirlos, al más puro estilo Luigi’s Mansion.
El otro es la PF, Personal Frame, una especie de arcaico ordenador portátil que nos acompañará durante la aventura. Nos dará consejos a través del altavoz del Wiimote y será nuestra mejor compañía durante el viaje, pues tiene una personalidad casi humana. Se comvertirá en nuestra guía durante toda la aventura.
El aspecto gráfico del juego está bien, pero es algo mejorable. Nuestro personaje está bien diseñado, pero los entornos son de una calidad un poco baja. Alguna vídeo de animación da la talla, pero son muy escasos. La música acompaña cuando aparece, pero también peca de ser menos numerosa de lo que debería.
Lo más sorprendente del juego es que, aunque ya hemos dicho que los gráficos no marcan la diferencia, el juego logra realmente transmitir lo que pretende en cada escena. Jugar por la noche en alguna de nuestras correrías por oscuros túneles, sin más ayudas que nuestra triste espada de madera, logra ponernos los pelos como escarpias. Y las escenas en que ayudamos a algún espíritu benigno, aún realizados con el motor gráfico del juego, también son sentimentales
Fragile Dreams no presenta una gran dificultad, pues si bien nuestro personaje es bastante vulnerable, podremos guardar en las hogueras destinadas para ello cada muy pocos minutos. En las hogueras guardaremos, recuperaremos la vida, organizaremos los objetos e incluso compraremos objetos a un singular vendedor con una misteriosa cabeza de pollo.
El juego no presenta ningún modo multijugador, como acostumbran este tipo de títulos. La duración y la curva de dificultad están bien ajustadas, aunque echamos en falta que fuera un pelín más largo. Tampoco es demasiado rejugable, y al acabar de juego solo obtendremos títulos de crédito, el tráiler y los diseños conceptuales, bien bonitos, todo sea dicho.
En resumen, Fragile Dreams se queda a medio camino de lo que podría haber sido un juego para la posteridad. Pese a que podría haber sido un maravilloso survival horror al estilo de los mejores Silent Hill, prefiere centrarse en una historia mucho más edulcorada y para cualquier público. En cualquier caso, es un juego que merece la pena, pues su originalidad y su historia te invitan a disfrutarlo con calma. Eso sí, siempre bajo la luz de la luna.