Tras varios años rondando las quinielas, como un galán que se toma su tiempo en conquistar a una dama, finalmente Shigeru Miyamoto ha obtenido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
Y ante la multitud de comentarios que se puedan leer y escuchar estos días sobre la idoneidad de entregar un premio de reconocido prestigio a un tipo que se disfraza con un espada y un escudo, solo podemos hacer una sentencia. Y es que, finalmente, se ha hecho justicia. No con Miyamoto, sino con el mundo del videojuego.
A ningún lector de Govoid le vamos a explicar quién es Shigeru Miyamoto. Basta con buscar su biografía en Internet para ver el legado que ha dejado. Hasta los más aférrimos seguidores de Sony o Microsoft le reconocerán como la figura más importante de la historia de los videojuegos.
Sería fácil comentar para empezar que el gran público que no juega a videojuegos no conoce a Shigeru Miyamoto. Pero eso sería caer una trampa: en el año 2012, un porcentaje mayoritario de la sociedad occidental, si no juega habitualmente a juegos, al menos sí lo ha hecho en alguna ocasión.
¿Y a qué se debe que personas que no pertenecen al clásico perfil gamer se hayan acercado a este maravilloso mundo, aunque sea ocasionalmente? Pues debido principalmente a dos factores. Por un lado, a la recomendaciones de amigos y familiares que sí que los disfrutaban habitualmente. Y por el otro, por la campaña realizada para tal fin por Nintendo. En ambos casos, la figura de Miyamoto está presente.
Centenares de millones de personas en el mundo disfrutan con los videojuegos. ¿Qué les arrastró a ello? Un compañero de clase, un hermano mayor, un buen trabajo de marketing…Pero sin dudarlo, todos han jugado, aunque sea unos minutos, al videojuego más famoso de la historia, el Super Mario Bros.
El Super Mario Bros de Super Nintendo es el primer gran juego de la historia, el más popular y el más vendido, por delante del Tetris. Y la franquicia Super Mario que se creó tras él ha vendido más de 250 millones de juegos en todo el mundo. ¿Quién tuvo la feliz idea de crear el Reino Champiñón, con un protagonista fontanero y bigotudo? No es otro que Shigeru Miyamoto.
La otra cara de la moneda es Nintendo. Si bien Miyamoto jamás ha dirigido la única compañía del mundo cuyo sinónimo es videojuego (a diferencia de sus competidores), ha sido la mente maestra detrás de ella durante toda su historia.
Miyamoto se inventa a Super Mario. Más tarde, crea la que para muchos es la saga más gloriosa y de más calidad de la historia de los videojuegos, The Legend of Zelda. Desarrolla otras sagas de peso como Donkey Kong, Star Fox, F-Zero o Pikmin.
Finalmente, da su hasta ahora último golpe maestro. Un giro al mundo de los videojuegos con títulos que cualquier persona del mundo, sin importar edad o sexo, pueda disfrutar: los Wii Sports, Wii Play y Wii Fit. El resultado es que 6 años y casi 200 millones de copias de este tipo de juegos después, la población mundial que juega a videojuegos se ha duplicado.
Se han leído reacciones en las últimas horas algo críticas con la designación de Miyamoto. Algunos ponen el grito en el cielo porque “al creador del Super Mario” se le haya otorgado el máximo galardón que pueda conceder una institución española. Sin duda, tales reacciones solo se pueden basar en el desconocimento o la falta de sensibilidad.
Miyamoto es el símbolo de una industria que en el mundo occidental mueve más dinero que música y cine juntos. El último Call of Duty generó más dólares en los cinco días posteriores a su lanzamiento que el que jamás ha conseguido ninguna película, disco o libro.
El videojuego ha sido reconocido como arte por órganos como la Comisión Europea o el Tribunal Supremo norteamericano. Si un artista como Woody Allen ha ganado el Premio Príncipe de Asturias…¿como no va a hacerlo alguien como Miyamoto con una audiencia mucho mayor?
Pero debemos terminar diciendo que Miyamoto no necesita ningún premio. Se ha creado una fortuna haciendo que centenares de millones de personas se emocionen, se frusten, griten, solos pero también en compañía. Bienvenido sea el Príncipe de Asturias por justo y necesario. Pero Miyamoto nos ha otorgado algo a muchos de nosotros que ningún premio nos dará jamás. Ser, algún rato, y aunque sea de forma superficial, un poco más felices.